El siguiente articulo titulado: Adios a la posmodernidad ha sido escrito por Santiago Kovadloff para el diario lanacion.com.ar
Fragmentariedad, multiplicidad de sentidos, consumidores y consumidos, relativismo, cultura light , cultura shopping
, vacío, apatía política, siesta de fin de siglo. Desconfiado del sueño
de omnipotencia de la Edad Moderna y alertado por el estrépito de sus
derrotas -la masacre de Hiroshima, los campos de exterminio, el fracaso
de las utopías revolucionarias, el hambre, la desocupación y la
marginalidad como la otra cara del progreso-, el pensador posmoderno
embistió contra cuatro siglos de ambición racionalista. Para el autor de
Sentido y riesgo de la vida cotidiana , el posmodernismo pretendió diferenciarse de la Modernidad, pero no fue más que su prolongación.
I. MUCHO antes de que su semblante se viera
desfigurado por las presiones de la moda, el posmodernismo quiso ser una
auténtica rebelión. ¿Rebelión contra qué? Contra una demanda de
credibilidad, por parte de la Edad Moderna, que ya no podía
justificarse.
Moderna fue la confianza en el progreso como cura de todos los males.
Moderno, el sueño de un Occidente ejemplar como modelo de civilización.
Moderno, incluso, el ideal de una revolución redentora capaz de disolver
las desigualdades. Moderna, asimismo, la sacralización del arte, la
apoteosis de la ciencia, la exaltación de la democracia representativa.
A todos estos fervores se opuso el posmodernismo decretando su
inconsistencia. A todos los denunció; a todos los dio por extenuados. Al
hombre rebosante de coherencia del que habla la Modernidad le antepuso
un espejo que lo reflejaba vacío, vaciado, consumidor y consumido;
habitante sin rumbo del orden y el cálculo. Donde antes se decía unidad , la denuncia posmoderna sostuvo que no había sino dispersión . Donde imperaba el absoluto , ella desnudó el auge ingobernable de lo relativo . Donde se afirmaba el saber , descubrió que no había otra cosa que creencias
. A la prédica que enfatizaba las jerarquías morales la decretó sin
vida oponiéndole la prosaica horizontalidad de los hechos: múltiples,
contradictorios, equivalentes. Teísmo y ateísmo le parecieron harina del
mismo costal, secreciones vanas de un sujeto hueco que, si ya no era la
criatura que otrora había supuesto, tampoco era el creador que ahora se
ufanaba de ser. No hay centro, concluyó el posmodernismo, ni hay, por
lo tanto, periferias; sólo hay fragmentos. Y no fragmentos de una
totalidad perdida sino fragmentos sin más, disonancias infinitas,
contrastantes, erráticas e imposibles de armonizar.
II. No faltan los que identifican el posmodernismo con una tendencia agnóstica. Creo yo que se equivocan.
El agnosticismo descree de la posibilidad del conocimiento. El
posmodernismo, en cambio, asegura conocer la naturaleza de los hechos
sociales y, en particular, la índole de la Modernidad. En efecto, sobre
el auge de sus males y aun sobre su derrumbe y su ruina, ha elaborado el
posmodernismo un diagnóstico final que se hizo célebre y que, para
muchos, sigue siendo verosímil todavía.
¿Cabe llamar posmoderno al pensamiento crítico ejercido sobre las contradicciones de la Modernidad?
La Modernidad jamás se limitó a ser complaciente consigo misma. Tampoco
ha sido unívoca en la concepción de sus valores. Si algo la distingue,
me parece, es su escasa uniformidad.
Su trayectoria, quién lo niega, está sembrada de inauditos desaciertos y
catástrofes vergonzosas. Pero abundan en ella logros que son
admirables; su atmósfera fue propicia para el debate, la refutación del
dogma y la denuncia de la arbitrariedad.
No es ésta, sin embargo, una convicción compartida por el pensador
posmoderno. De la Modernidad tiene él una visión terminante: la concibe
como un todo nefasto y la condena sin apelación.
III. Hace ya mucho que Heidegger caracterizó la Modernidad como "la época de la imagen del mundo".
El fundamento de esa imagen lo imponía la Razón ejerciendo, sobre el
sentido de lo real, un control que se consideró a sí mismo suficiente.
La Modernidad imaginó un hombre para el cual el conocimiento es
conocimiento de objetos: discernibles, mensurables, cuantificables. En
otras palabras, estableció que el acceso a la verdad se reducía al
acceso al objeto racional y experimentalmente determinado; fuera de eso,
poco y nada más. De la sagacidad aislada de René Descartes a las voces
corales del Enciclopedismo, no faltarán los pensadores que respaldarán, a
su modo y con su tono, esta convicción. Pero no menos modernos fueron
quienes se mostraron remisos a reducir la verdad a lo que de ella se
podía comprender en términos puramente objetivos o exclusivamente
lógicos.
El hombre, dijeron estos filósofos cautos, es mucho más que su propio
saber, mucho más que lo que sabe sobre las cosas y algo infinitamente
más complejo que la pura coherencia. De Sánchez a Malebranche y Pascal,
de Montaigne a Lichtemberg, de Hume a Kant, de Schelling a Kierkegaard y
Schopenhauer, múltiples y deslumbrantes fueron las cabezas que
invitaron a matizar la rigidez del racionalismo sin dejar de ser
modernas en su ponderación de la realidad. Lo eran, precisamente, por su
voluntad crítica y su innegable disposición al análisis.
Moderna es también, y de modo eminente, la razón que supo y sabe
combatir sus propios excesos totalitarios, su propia pasión por la
inmovilidad.
No obstante, el posmodernismo no vacila en emitir su veredicto: todo lo
moderno debe ser impugnado pues su naturaleza es perniciosa. Su gangrena
puede verse al repasar las secuelas de su amarga labor cuatro veces
centenaria. De ellas es expresión -como señala Marcos Levario Turcott en
su artículo "Crítica al posmodernismo"- "un individuo sometido,
segmentado y supeditado a grandes promesas redentoras que no sólo no se
cumplieron sino que desvirtuaron su esencia humana, su libertad".
El desenlace atroz de la utopía revolucionaria, la desorientación
finalmente sembrada por ese repertorio de nociones en las que la
Modernidad pretendió fundar su propuesta - Humanidad , Sujeto, Representación , Sentido , Verdad - son deudores de un concepto central y santificado: el de Universalidad , al cual la Razón se pliega dócilmente al precisar sus deberes y derechos.
Obsolescencia de lo moderno; he ahí, según nos dicen, el rasgo dominante
del tiempo en que vivimos. El pensador posmoderno no se propone
dinamitar el racionalismo sino demostrar que han sido sus íntimas
contradicciones las que así lo hicieron. De esos mismos escombros forman
parte las aspiraciones de los relatos que se pretenden exhaustivos, la
concepción de la Historia como un repertorio de leyes sumisas a la Razón, la reivindicación de un Significado homogéneo para hechos entre sí muy diferentes, el etnocentrismo
que disfraza su vocación excluyente con los ropajes de un propósito
civilizador. Imperialista, cínicamente aferrada a un ideal del progreso
que pretende homologar el auge del egoísmo al bienestar de la Humanidad,
devota de un feroz mercantilismo, intolerante para con todo lo que
pueda contrariarla, cruel manipuladora de la Ley y del Derecho, la
Modernidad cae, por fin, de su pedestal sin sustancia.
La mirada severa que repasa su ruina y refrenda su deceso se
autodenomina posmoderna. Es esa misma que, al dejar a sus espaldas el
quebranto de la razón omnisciente, se vuelve hacia nosotros y nos
interroga sobre el porvenir.
IV. Sería abusivo asegurar que el pensador posmoderno
equivoca por entero su diagnóstico. Señala en la dirección correcta pero
generaliza hasta la frivolidad en sus conclusiones. Se excede
imperdonablemente al pretender que la Modernidad se agote en su
semblanza. Su reduccionismo, finalmente, se asemeja al que dice
combatir. Pero también se equivoca al creer y hacer creer que lo suyo es
sólo post cuando en verdad es intra en incontables aspectos.
Quiero decir que se postula como ruptura y, en verdad, no es más que
prolongación. ¿O es que su ardiente condena de la Razón no tiene mucho
de romántica? ¿O es que su idealización del individuo políticamente
prescindente no tiene mucho de burguesa? ¿O es que su exaltada visión de
la apatía ante el drama social no tiene mucho de conservadora? ¿Y qué
son el romanticismo, la idealización del individuo y la belle indifférence sino expresiones francamente modernas? ¿No va en esto el posmodernismo a la zaga de la vanguardia que dice encarnar?
Por cierto, ya no estamos en el Siglo de las Luces; por cierto el malestar en la cultura
sepultó las ingenuas aspiraciones positivistas, y los campos de
exterminio comprometieron para siempre las aspiraciones lineales del
progreso.Por cierto, ser ya no significa ser sujeto solamente ni ante
todo. Pero no es la Modernidad la que, con todo esto, ha muerto, sino
sus configuraciones clásicas y, sobre todo, el más convencional y
prejuicioso de sus perfiles. Y si ha sobrevivido a sus propios procesos
es a consecuencia de su proteica aptitud para el cambio y su infinita
plasticidad para atravesar el conflicto. Que haya dejado de ser lo que
en gran medida fue -racionalista- no significa que haya inmolado la
razón en el altar del descrédito ni que se haya extinguido con su propio
exceso.
Precisamente en esto radica el desafío que nos hace su inusual
complejidad. El auge de la crítica de sus desaciertos e inconsistencias
es indicio y parte de su vitalidad, no la prueba crucial de su
decadencia. La posmodernidad, al no ser otra cosa que negación, se
muestra envuelta en aquello mismo que impugna y de ese modo, lo quiera o
no, lo perpetúa. Es que, como enseña Hegel, la antítesis tarda en saber
que forma un todo con la tesis contra la que furiosamente combate. Pero
no es indispensable haber frecuentado la Fenomenología del espíritu para advertir que el posmodernismo es, todavía, la Modernidad en lucha consigo misma.
V. El pensador posmoderno, no obstante, hace suyo el
desencanto del momento y asegura que al rehuir la búsqueda de un modelo
social alternativo o al resistirse a ir en pos de nuevas teorías sobre
la realidad, escapa a la siembra de contradicciones que denuncia.
Todo proyecto, asevera, está viciado de nulidad. Privando de sentido al
porvenir, promueve la inmersión apasionada en la inmediatez.
Sin preámbulos ni dilaciones reivindica el ahora y la
multiplicidad de sentidos como único escenario posible. La moda, lo
pasajero, asegura, ofrendan al desvelo y a la sed de sinceramiento del
pensador posmoderno la única sustancia viva de lo real.
El relativismo lo fascina porque bajo su luz respira liberado del canto
de sirena de los dogmas y sus variantes. Pero, al decirlo, olvida que
postulado como norma invariable, ese ismo termina por ser lo
contrario de cuanto propone. Cansado de Platón, el pensador posmoderno
regresa a la Sofística tardía. Todo lo justifica argumentando que nada
es cierto. Y, para colmo, cree ser persuasivo cuando asegura que a la
desorientación se la supera ejercitándola. Es así como de la retórica
hace su ciencia exclusiva y afirma que basta con cerrar los ojos para
que se disuelva la realidad.
Sin duda la posteridad reconocerá al pensador posmoderno el fervor de una denuncia necesaria.
Occidente agota el siglo en el ejercicio desembozado de un poder
prepotente, sumido en la vergonzosa inoperancia moral que le imponen sus
desigualdades o el cinismo con que se sitúa ante el dolor que muchas
veces siembra para afianzar su desarrollo. La intrascendencia alcanzada
hoy por el valor de la vida humana no sólo resalta en la miseria tenaz y
expandida, en la ignorancia alentada, en el padecimiento mil veces
postergado de millones de seres que deambulan por la Tierra sin hogar ni
dignidad. También se la reconoce en la pavorosa vacuidad de una
ideología que todo lo reduce a comprar y vender.
Tenemos recursos pero no tenemos sentido, valores en qué creer. Tenemos
poder pero no tenemos integridad. No se equivoca el pensador posmoderno
al enfatizar estas tremendas contradicciones. Pero el destino del hombre
es y será político mientras el hombre aspire a ser humano.
Sólo la política puede remediar sus propios males y, dentro de ella,
sólo la democracia es capaz de probar que no estando a la altura de sus
propios ideales solidarios, puede mantenerlos como una autoexigencia
irrenunciable.
Es indiscutible la sagacidad con que el pensador posmoderno describe los
males de la política contemporánea: la masificación, el delito, la
perversa complicidad entre la ciencia y el crimen, los genocidios y los
mercados que todo lo aplastan. Pero en la medida en que no concibe la
política sino como un mal, no la puede entender como el deber ineludible
por excelencia. Desprecia la trama institucional sin advertir que es
ella el único recurso civilizado con que contamos para emprender la
conciliación necesaria entre el interés privado y el público. El único
con el que atenuar el drama de la injusticia social.
VI. Al combatir la Modernidad con una saña que no conoce
desmayo ni salvedades, el posmodernismo se extravía en la
generalización. Que la Modernidad haya contribuido a la secularización
de la vida política es algo que él subestima. El ideario delDerecho le
parece vacío y confunde su imperdonable incumplimiento con inutilidad
congénita.
El avance logrado en el campo de las reinvidicaciones civiles nada le
dice. Recuerda la tortura y la discrimación pero no la lucha contra
ellas. Confunde la necesidad de insistir con la impotencia para
transformar. Identifica sin más la vigencia de la ley con la vigencia
del delito y la dificultad para ser mejores con la imposibilidad de
lograrlo.
El pensador posmoderno no es sin embargo pesimista. Si lo fuera, se
llamaría a silencio. Hace todo lo contrario: habla y escribe
espléndidamente. Quiere ser convincente.
Es, sí, contradictorio, porque augura que del hombre nada se puede
esperar y sin embargo lo convoca, lo provoca, lo desvela. Se desvive, en
suma, por ser reconocido.
Apocalíptico y simplista, propone una buena partida de ajedrez mientras
arde el escenario donde se dispone a jugarla. ¿Cómo entender su dilatado
prestigio sino como expresión de la complejidad de una crisis que supo
describir en parte pero no enfrentar en su conjunto? ¿Cómo explicarnos
su actual languidecimiento (¡el de tantas modas!) sino como expresión,
al cabo de casi treinta años de persistencia, de la necesidad de hallar
un rumbo más substancial? Un rumbo políticamente más sano,
filosóficamente más hondo, socialmente más responsable. Sin duda, una
labor gigantesca.
El desencanto posmoderno no ayudará a emprenderla. Lo harán, sí, la
conciencia del sufrimiento diseminado y el don de indignación.
Bibliografía básica
De la seducción , por Jean Baudrillard (Cátedra).
La posmodernidad , por Hal Foster, J. Habermas, J. Baudrillard y otros (Kairós).
La condición posmoderna , por Jean-Françoise Lyotard (Cátedra).
El pensamiento débil , por Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovatti(Cátedra).
El imperio de lo efímero , por Gilles Lipovetsky (Anagrama).
Crítica de la modernidad , por Alain Touraine (Fdo. de Cultura Económico).
Dejar la posmodernidad , por Ricardo Maliandi (Almagesto).
El debate modernidad posmodernida d, por Nicolás Casullo y otros. (El cielo por asalto).
Las ilusiones del posmodernismo , por Terry Eagleton (Paidós).
El giro cultural. Escritos sobre el posmodernismo , por Frederic Jameson (Manantial).